Mario Armero, vicepresidente ejecutivo de ANFAC.

Esta Tribuna se publicó en 20 Minutos el pasado 23 de octubre de 2018

Echarlo a suertes, a cara o cruz, a pares o nones. Ese era el criterio que determinaba antes quién podía circular por las calles de la almendra central de Madrid cuando se dictaba un escenario de alta contaminación, el puro azar. Si la matrícula era par, hoy se podía, pero mañana, quizá no porque le correspondiera el turno a las impares. El único criterio discriminador era la última cifra de la matrícula, un baremo que no se basa en nada más que en la casualidad.

Desde el pasado lunes 8 de noviembre, la ciencia se ha impuesto a la suerte del jugador. El nuevo Protocolo Anticontaminación aprobado por el Ayuntamiento de Madrid establece cinco escenarios de alta contaminación y restringe la circulación de los vehículos en esas circunstancias. Junto a este Protocolo, también se delimitó la llamada Madrid Central, una amplia área de prioridad residencial donde la circulación también está limitada.

Pero ahora, el criterio por el que se permite o no entrar en esta zona o en toda la ciudad de Madrid en caso de alta contaminación ya no son las matrículas sino las etiquetas de la DGT (Cero Emisiones, ECO, B y C). Este etiquetado separa a unos vehículos de otros en función de la contaminación que emiten y por tanto, de su antigüedad. Porque no nos engañemos, el verdadero impacto en el empeoramiento de la calidad del aire proviene del cada vez más antiguo parque automovilístico y no tanto de los tan denostados motores diésel, cuya tecnología ha mejorado drásticamente para reducir sus emisiones contaminantes.

Solo unos datos para enmarcar de lo que hablamos: un vehículo diésel nuevo, con motor Euro6, emite hasta un 84% menos de NOx y un 90% menos de partículas que un automóvil de las mismas características con 15 años de antigüedad. Para verlo más claro, sustituir 400.000 vehículos diésel antiguos por otros de motor Euro6, tendría un impacto en reducción de emisiones contaminantes equivalente a retirar 2,6 millones de coches de la circulación. Sin embargo, si la media de edad del parque automovilístico es de más de 12 años, estas tecnologías nuevas no están llegando a las calles.

El criterio de matrículas pares o impares eliminaba de la circulación a la mitad del parque automovilístico sin reducir de manera equivalente las emisiones contaminantes. Sin embargo, cuando se saca de la almendra central a los vehículos sin distintivo medioambiental (vehículos gasolina matriculados antes de 2000 y diéseles anteriores a 2006), además de reducir en un 50% la circulación, las emisiones contaminantes se reducen en un 70%. El porcentaje de mejora es lo suficientemente relevante como para entender que el etiquetado cumple su función.

Es más difícil de comprender, así, el hecho de que se restrinja la circulación de los automóviles con etiquetado C, los más avanzados tecnológicamente en cuanto a gasolina y diésel, de los escenarios de mayor alerta y en el perímetro Madrid Central. Para avanzar realmente en una movilidad cero y bajas emisiones, es preferible optar por el principio de neutralidad tecnológica y aprovechar la mejor tecnología disponible, porque son las de menor impacto ambiental.

Más allá del etiquetado, el debate fundamental que se plantea es qué tipo de movilidad queremos para las ciudades, un aspecto en el que los fabricantes de automóviles están plenamente comprometidos, trabajando día a día en colaboración con las administraciones para ofrecer soluciones de movilidad más innovadoras que se ajusten a las demandas sociales. La clave no es tener más coches circulando sino que los que se muevan por la ciudad sean mejores, más limpios, seguros y avanzados tecnológicamente. En las ciudades inteligentes, los distintos modelos de movilidad convivirán y es trabajo de todos, también de la automoción, trabajar y colaborar por mejores ciudades para todos sus ciudadanos.

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